No es la primera vez que escribimos esta lápida. Si me apuras, hasta podemos utilizar las flores del último entierro. Que cualquiera haga de cura, alguien que cave un hoyo y otro que traiga madera. Clavos, barniz y algunas lágrimas. Siempre se van los mejores. En estos días hay quien muere de un golpe de calor, pero por ser original él ha muerto a golpes de silencio. Murió canijo y afónico pero no sufrió demasiado. No ha dejado herencia. A partir de ahora, que cada cual con sus flores visite la tumba cuando quiera, ya nada importa demasiado. Como resumen, podríamos decir que en su corta vida no hizo grandes cosas: tuvo más propósitos que actos, más despistes que amigos, pocas celebraciones, escasas posesiones y ningún premio. Y al final, enterrado sin misa ni velorio, ya no queda nadie que lea sus esquelas.
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DEBERÍAS marcharte. La fiesta ha terminado.
Helada y sucia ya se anuncia el alba
con su oscuro cortejo de presagios.
Tendrías que acostarte, huir de este lugar
antes de que la luz te restituya
esa imagen de ti que ya conoces,
indefensa a tus ojos, lastimosa.
Has tocado por hoy el fondo de la noche:
las ropas no guardan la corrección de unas horas atrás
y tu lengua está torpe,
has empezado a hurgar en la memoria
y ya no hay quien te fíe.
Lo más sensato ahora sería retirarse.
Carlos Marzal, el último de la fiesta.