Subrayó el comerciante
las excelencias de su mercancía:
lo seguro del abastecimiento,
lo inocuo de su empleo,
su duración, prácticamente indefinida
y su fácil transporte,
la sencillez de su almacenamiento,
la inexistencia de caducidad,
sus usos tan variados,
sus propiedades no contaminantes,
lo ilimitado de los yacimientos
y su precio económico, ajustado,
que hacían aún más tentador
unas facilidades de pago extraordinarias.
Al final conveció y cerró un gran negocio
en el desierto
el vendedor de arena.
Jesús Munárriz, Peaje para el alba, 2000.
19 junio 2006
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