17 abril 2006

Lunes

Dicen que es verdad eso de que Dios creó el mundo en siete días, pero lo que no dicen es que al día siguiente, que era lunes, fue cuando hizo el diablo su aparición. Desde entonces los lunes son sinónimo de blasfemia y mala leche, así que para suavizar esta inevitable verdad y paliar un más que evidente defecto de la Creación, he tomado la unilateral, firme y quién sabe si desafortunada decisión de publicar todos los lunes un poema. Ignoro si a raíz de esta empresa los lunes de los aquí presentes mejorarán, o si por el contrario los sumirá todavía más en su desgana, el tiempo lo dirá (si alguna vez se digna a hablar con nosotros, claro).
En fin, que queréis que os diga: a todos los subnormales nos da por algo, y ustedes van a tener que cargar con éste.


LOS monstruos nunca mueren.

Si crees que retroceden, si parece
que han olvidado el rastro de tus días,
tus lugares sagrados, tus rutinas,
el bosque inabarcable de tus sueños;
si sonríes, porque ya no recuerdas
la última noche en que te atormentaron,
ten por seguro que andarán buscándote,
ten por seguro que darán contigo.

Y entonces pisarán donde tú ya has pisado,
incendiarán tu bosque, tendrás cita
con ellos en su cama, jugarán con tus cartas,
beberás de su copa
y soñarán por ti castigos impensables.

Los monstruos nunca mueren.
Viajan dentro de ti, regresan siempre.
Son los pasos que escuchas
en el destartalado desván de la conciencia,
el ruido del somier de dos que follan
en el cuarto contiguo en el que no hay nadie.
Los monstruos son las sombras chinescas que proyecta
un imsomne demonio en la pared,
o el salvaje aleteo de un pájaro invisible
en un cofre cerrado; la llamada
en mitad de la noche, sin respuesta,
y es la respiración del monstruo
la que está al otro lado, jadeando.
Son el centro de un ojo
que no puede dormir,
porque no tiene párpado.

Pasa el tiempo, se pierde,
la memoria se pudre,
desolladero abajo de nosotros.
El amor se consume por obra de su fuego.
Los secretos terminan traicionándose,
cede la fiebre, el sol declina,
se nos muere la dicha del que fuimos,
el que somos se muere sin saberlo.
Pero los monstruos no.
Los monstruos nunca mueren.

Carlos Marzal, Los países nocturnos, 1996.

No hay comentarios: