29 enero 2007

En fin, estaba convencida a dedicar mi tarde de hoy, lunes, a lo q sería un rato divertido y ensoñador con mis pinceles y mis nuevas ranas de albufera. El caso es q después de dos horas dándole vueltas al fondo, pasando páginas de Picasso y Kirchner, intentando encontrar la piedra filosofal de los colores sin retórica, me he sentado. No he puesto ninguna película. Me he dicho que "ya vale de ver pasar tantas imágenes con ornamento". Total, que he cogido un libro cualquiera con letras, bueno uno q rescate en mis últimos días navideños por el norte, y no sé, creo q ha sido casualidad, pero he leído una carta y me han entrado unas ganas irresistibles de contarlo todo. Entendiendo por el todo algo q no había confesado nunca por aki. Seguramente, como dice alguien, esto sería lo más urgente del mundo, pero tb lo menos obligatorio. De eso que dices, bueno son las 4 y tengo toda la tarde por delante y q se hunda el mundo, yo a lo mío, y hasta me da pena la gente q se amontona en la taquilla del cine p ver imágenes de lunes invernal de día del espectador.

Ahora recuerdo kién me enseñó la teoría de las cartas y que las letras se contestan con letras y no con voz de teléfono. Tb recuerdo que, escritas a pluma y a papel, evocan mejor el humo del cigarrillo del destinatario, pero como akí no hay señas de correspondencia no puedo hacerlo del mismo modo. Si digo q escucho a Brahms y el quinteto para clarinete tampoco digo mucho de momento, aunq si fuera el momento lo diría todo con eso. Abro una botella de vino, es mejor así, de otra manera daría vueltas a mi perífrasis y acabaría por confesar q las ranas de mi cuadro no son lo q parecen. Y además, si me salgo de este rincón serena, mi aliento se congelará en una nube de vigas vistas. Sólo era una pequeña aclaración, y es q en esta casa al mirar hacia arriba ves el frío de verdad. Kizá no kiera empezar…

 Todo comenzó hace ya años, una noche en la q salí a una gala de gacelas pero no a cazar, y me encontré con la liebre q dormía en el erial y me dieron ganas de mojar pan en los huevos fritos del cóctel. Qué absurda tontería, me dije, cómo se te pueden ocurrir estas cosas. Sube al coche y da un teléfono falso p mantenerte en el anonimato como cenicienta y su zapato. Y eso hice, pero no resultó porque alguien se encargó de q el cazador encontrara a la liebre dormida en su erial. Como dije, yo no salí de caza. A partir de aquella noche tomé conciencia de q mi papel había sido siempre el de inspirar la búsqueda del encuentro y q nunca escaparía de la sorpresa. Eso significaba q nunca dejaría de pegar los añicos del espejo. El caso es q tengo q seguir haciéndolo. Esta vez la sorpresa me llevó a las palabras de una ventana, no a la pintura ni a la música sino a las voces internas de alguien. Y no es q Chopin haya dejado de tocar el piano p mi, ni q Duchamp se haya olvidado de sus certidumbres y de la pintura, no, no es eso. Tengo miedo del silencio sin carta, de q no haya siguiente entrega, la espero impaciente, trate de lo q trate, ya venga en primera persona o en endecasílabos. Por favor, mi adorable, sigua usted por donde sea y hablando de lo q sea porque a todo lo q tocas le sacas jugo de almíbar. No tienes derecho a malversar ese don.

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