08 enero 2007

Es algo espeluznante. A cualquier lado
que uno mire, allí están, en un grupito
o caminando a solas por la acera.

Hay una cantidad inmensa. Son
cual plagas-marabunta de dos patas.

Invaden la ciudad. Están presentes
en bares, autobuses, en las casas...
Allí adonde uno vaya, allí están ellas.

Con su maldad pequeña en la sonrisa
y sádica mirada, a veces dulce,
les gusta torturarnos hasta el límite.

Lo sé por experiencias reiteradas.

Me atraen ofreciéndome un placer
que es bueno, pero luego me atormentan.
Y si escapo me atrapan nuevamente.

Altivas, recelosas, vigilantes,
buscan presas por calles o reuniones.
Saben cómo -y lo logran- dominarnos.

Disponen a su antojo de nosotros.
Les gusta estrangularnos con sus piernas.

Somos babeantes servidores suyos
que deben ir tras ellas. Como esclavos.
Nos son imprescindibles las malditas.

José María Fonollosa, Ciudad del hombre: Barcelona. 1996.

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