01 marzo 2007
Reflexología (o pensar con los pies)
A tenor de lo que dicen los horóscopos y algunos boleros, salud, dinero y amor parecen ser los componentes esenciales de la felicidad. Claro que se trata de una arquitectura tan endeble que un análisis de sangre o un salario mileurista pueden convertir la fórmula en pura bagatela. Por eso durante un tiempo consideré que la disponibilidad de ron cacique, comprobar dónde acaba el hilito del tanga o no tener que madrugar eran ingredientes mucho más meritorios y dignos de mi esfuerzo; vive Dios que en ello puse todo mi entusiasmo aunque ahora tenga que reconocer que no sé si fue por inercia o por verdadera convicción. Lo cierto es que al cabo de los años ninguna de las dos posturas ha acabado de convencerme: una por falsa y la otra, sencillamente, por estresante. Así que el único camino parece ser buscar más alicientes. Una dieta adecuada, elegir bien el lugar de residencia y planificar tus vacaciones son desde luego elementos muy válidos, pero tampoco. Aprender otro idioma, adquirir aparatos electrónicos o ser profesionales en nuestro trabajo también son detalles que sin duda podrían ayudarnos a mantener risueño el karma, de no ser, claro está, porque en el fondo sabemos que sus efectos son muy limitados en el tiempo ¿Qué nos queda entonces? Cambiar de marca de ron, buscar otro trabajo, viajar, intentar a toda costa no aburrirnos... Hay quien opta por los libros de autoayuda, también los hay que se casan, o se apuntan a un curso de fotografía, incluso conozco a un par de tipos que aprendieron élfico. Por lo que a mí respecta, generalmente tengo mis dudas sobre el procedimiento adecuado; de hecho, últimamente creo que nada importa demasiado: cualquier sábado te ves compartiendo vino y queso de cabra a las siete de la mañana mientras hablas de pintores locos y de guerras africanas, o perdiendo el metro por escasos centímetros -a ti se te caían las medias de correr tanto- por entretenernos más de la cuenta en el sofá. Y ocurre que un día, de repente, desayunas.Y ya no te extraña que los mismos dedos que escribieron aquello de que era mejor huir que besar siempre los mismos labios, ahora se declaren adictos a la yema de otros dedos. El I Ching, los billetes de ida y vuelta, el horóscopo y las destilerías, la inercia... son tantos los elementos a tener en cuenta que, después de hacer balance y de deshacerme en esfuerzos, sólo alcanzo a plantarme en una conclusión más propia de un sobrecillo de azúcar que producto de una reflexión seria: la felicidad no se crea ni se destruye, simplemente se transforma.
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